Vivimos en un mundo vulnerable, siempre ha sido así, pero hoy estamos todos más conscientes de esta realidad. Durante estas últimas semanas nadie ha sido ajeno a la vulnerabilidad de la vida, de nuestros sistemas económicos, de nuestra sociedad, de nuestras organizaciones y de nuestras emociones individuales. Enfrentar la vulnerabilidad en cualquier contexto es un acto de profundo coraje, y es por eso que el liderazgo necesario hoy debe ir más allá de lo funcional y pragmático, debe inspirarnos a todos a actuar utilizando no sólo la cabeza, sino que también el corazón, desde donde proviene nuestro coraje.
¿Cómo podemos actuar con coraje? Observando y aceptando nuestra vulnerabilidad. Puede parecer contradictorio, ya que estamos acostumbrados a esconder nuestros puntos vulnerables, no sólo ante otros, sino también ante nosotros mismos, pero la situación actual pone en evidencia, aspectos que nos invitan a actuar con autenticidad, sin esconder características que creemos que nos debilitan, pero que son esencialmente humanas.
En primer lugar, todos, sin importar que rol cumple en esta sociedad, todos, necesitamos a otros. Recientemente, al encontrarnos obligados a mantener un distanciamiento social, nos hemos dado cuenta de esta necesidad inherente de relacionarnos y de contar con un sentido de pertenencia. Necesitamos a otros; y aunque a algunos nos cueste reconocerlo y queramos ser lo más autónomos e independientes posibles, la verdad es que sentirnos acompañados, escuchados, comprendidos o simplemente vistos, nos genera bienestar y, por lo tanto, la ausencia de esta interacción con otros disminuye nuestro bienestar.
Hoy cobra gran sentido la frase del poeta John Donne: “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad.” A partir de este reconocer de la importancia de otros en mi vida, comenzamos a movernos de forma distinta en el flujo de la vida, a relacionarnos valorando la presencia de otros, con sus cualidades e imperfecciones.
La dimensión social de nuestras vidas no sólo nos entrega un sentido de pertenencia, también nos regala innumerables oportunidades de autoconocimiento. Al relacionarme con otros puedo reconocer los aspectos que me producen comodidad o incomodidad, exponiendo así nuestras vulnerabilidades y, por lo tanto, potenciando nuestro coraje. En otras palabras, es a través del relacionamiento con otros que puedo reconocer todo aquello que me incomoda, pues surge la oportunidad de actuar conscientemente para transformar lo que me produce desagrado o bien para rechazarlo y caer en el intento de esconderlo.
Por ejemplo, si una persona es desordenada e impuntual, pero rechaza esta característica suya, gran parte de su atención y su energía se invierten en esconder su desorden y su impuntualidad, pero si logra tener el coraje para aceptarse imperfecto, toda la energía que dedica a esconder este defecto (de otros o de sí mismo) podrá enfocarla en transformar estas características o bien en potenciar características que si lo empoderan. Rechazar lo que nos incomoda es algo que nos puede haber sido útil en el pasado para preservar ciertas zonas de confort, pero tarde o temprano el entorno nos impacta y nos obliga a salir de ellas.
Ante los desafíos que enfrentamos hoy ya no es suficiente usar nuestros instintos de supervivencia para simplemente mantenernos a flote, necesitamos reinventarnos a partir de los nuevos niveles de consciencia que estamos adquiriendo. A fin de cuentas, estamos atravesando nada más y nada menos que una pandemia, lo que por supuesto nos invita a reflexionar sobre nuestras vidas y a permitir que resuenen las emociones a nivel individual.
A nivel organizacional, pasa exactamente lo mismo, ya no podemos continuar con las antiguas estructuras basadas únicamente en el pragmatismo. La situación actual acelera un proceso de apertura que se venía desarrollando hace ya un buen tiempo, y que invita a estar presentes en nuestras organizaciones no sólo desde el pensar y el actuar, sino que también desde el sentir.
Lo que nos moviliza hoy no son la órdenes autoritarias de antaño, es la inspiración, que se manifiesta en esa fuerza estimulante que nos anima a crear desde el sentir. Los líderes de hoy tienen un desafío más amplio que en el pasado, y deben entregar resultados, tomar decisiones lógicas, ser pragmáticos y ágiles, pero no pueden seguir dejando de lado las emociones como si ellas fueran un aspecto ajeno al entorno laboral. Si lo hacen, corren el riesgo de perder talentos clave, talentos que pueden contribuir enormemente si sienten conexión con sus equipos y tienen el coraje de aportar sus habilidades y dones únicos, personas talentosas que se inspiran y se movilizan cuando SIENTEN el coraje de sus líderes.
Hoy estamos conscientes de que necesitamos actuar con coraje. Suena lógico afirmar que para enfrentar la incertidumbre debemos tener coraje, pero la pregunta es, ¿Estamos conscientes de lo que significa actuar con coraje? Y es aquí donde el lenguaje nos ilumina el camino, recordándonos que la palabra coraje viene del latín cor “corazón,” ese órgano central de nuestros cuerpos que relacionamos con el sentir. Para actuar con coraje tendremos que permitirnos sentir, con toda la vulnerabilidad que ello implica, porque sólo a partir de nuestra vulnerabilidad seremos capaces de construir hoy un camino auténtico como individuos y como organizaciones.